La anécdota en realidad es del padre de un amigo mexicano, durante su primer visita a la ciudad de Buenos Aires.
Mi amigo vivía aquí desde hacía algunos años. Había llegado desde su Oaxaca natal tras una enamorada que ya por entonces se había convertido en su esposa.
El padre había venido a visitar a los recién casados y conocer sus nuevos parientes argentinos. Siempre había querido viajar a Buenos Aires, a la que amaba a la distancia a través del tango y el cine principalmente, aunque también se preocupó por aprender algunas cosas sobre "la Reina del Plata" mucho antes de llegar a ella.
De espíritu inquieto, el hombre decidió de inmediato comenzar a recorrer los sitios sobre los que había leído y partió encantado a pasear por las calles del centro, observando cautivado tanto los edificios como sus agitados habitantes.
En una de sus primeras salidas, quiso el destino que estuviera recorriendo la calle Florida cuando lo apremió una ineludible necesidad fisiológica.
Recurrió entonces, como todo buen turista, a la que le habían recomendado como la mejor fuente de información pública posible: un vendedor de diarios. Como desconocía aún ciertos usos y costumbres locales preguntó ¿dónde había un edificio de baños públicos?, obteniendo como lógica respuesta porteña que "en cualquier boliche de los de por allí había baños públicos".
Fue tal la certeza del diariero que el buen señor se lanzó desesperado a la búsqueda de un local de Bowling, que no otra cosa significa "boliche" en México y sólo cesó en el intento cuando observó que la calle Florida se diluía en la Plaza San Martín sin que ningún Bowling apareciera y el estaba ya al borde de la incontinencia urinaria.
Una oportuna consulta, esta vez a un vendedor de flores, permitió al fin superar el equívoco.
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